“Cuando tenía 11 años, un amigo del
Colegio en el que empezaba mi bachillerato como interno, en Cali, me
regaló su colección de estampillas.
Eran, recuerdo bien, 160 estampillas de
varios países, todas usadas, pegadas con goma en las hojas verdes de un fólder
negro, con tres argollas.
Las recibí con mucho aprecio, empecé a
curiosear y debo confesar que el mundo de la filatelia no me picó
instantáneamente. Pero fue, sin duda y desde el comienzo, interesante,
divertido, curioso, entretenido.
Muchas veces miraba el álbum, y pasaba
hojas y hojas de flores, pájaros, Luz Marinas Zuluagas, no la de cinco pesos,
totumos, poporos, catedrales, un señor de nombre Javier Pereira muy
anciano, algunas iglesias de Centroamérica, unos escudos españoles, cosas del
Vaticano…
Y de pronto, el mundo se detuvo. Cuando
me encontré, sin haberla visto antes, una estampilla verde, vieja, arrugada y
con un sello encima, un tanto borroso. Allí estaba, obviamente, por la foto,
Chaikovski. Pero lo que decía arriba y abajo eran letras extrañas, fascinantes.
Por supuesto, yo sabía que debía ser ruso, por Chaikovski, pero había un
letrero arriba raro, ПОЧТА СССР, y abajo algo que debía ser obviamente el
nombre del compositor.
No era época de Internet, ni era fácil
para mí encontrar el alfabeto ruso. Los diccionarios de mi casa no lo tenían.
Empecé a tratar de descifrar el alfabeto y rápido supe que lo que yo creía que
era NOYTA CCCP decía realmente Pochta, que supuse que era Correo de la URSS.
Supe porque en el precio decía 40 Коп, y obviamente entonces esa letra inicial
“П” debía ser una “p”. Y la letra que parecía una “Y”, “Ч”, debía ser realmente
una “Ch”, ya que era también la inicial del apellido del compositor.
Y así empezó la locura. Poco a poco fui
descifrando más letras, y busqué más estampillas rusas. Y al tratar de
conseguir más, de pronto apareció el gusto, el placer enorme de la colección.
Y quise aprender ese alfabeto
misterioso, y cuando supe que estaba en un diccionario en casa de unos tíos, me
colaba en su biblioteca del segundo piso, mientras mis hermanos y primos
jugaban en el jardín, y copiaba letra a letra el alfabeto ruso y otros.
Porque el diccionario también tenía
tablas con los alfabetos griego, árabe y hebreo…
Y decidí aprenderlos. Y aprender más
sistemas de escritura. Y entonces quería más estampillas con otros alfabetos
nuevos, o con silabarios novedosos, o con ideogramas misteriosos, y pasaba
horas embelesado descifrando letreros y nombres, y buscando más y más idiomas.
Y una vez conocido el sistema de
escritura… ¿por qué no estudiar el idioma? Y al ruso le siguió el griego, y
luego el hebreo y el árabe y el japonés, los sistemas silábicos que usan, como
alfabetos, y otros. Como compañía de los que usan alfabeto latino, como
francés, alemán, italiano, portugués, latín…
Y el álbum pequeño y tosco se
convirtió, gracias a la afición imparable de mis papás, en cinco colecciones
monumentales:
- Colombia, por supuesto,
que empezó a crecer desaforadamente, no sólo por el natural interés en lo
nuestro sino porque, oh viejas épocas, aún se usaban estampillas todos los días
y en todas las comunicaciones.
- Europa, gracias al
estímulo de colecciones enormes españolas, como una de 53 estampillas con
trajes típicos, a la belleza increíble y elegancia de las estampillas franceses
y a mi locura por Rusia.
- Asia y África, y
luego Oceanía, fascinantes por las maravillosas estampillas
raras en árabe, como Qatar con una serie de estampillas redondas y con letras
repujadas, por ejemplo, y la aparición de un estilo arábigo diferente para el
persa encantador de Irán, los sistemas deliciosamente infantiles del tamil o
del cingalés, Ceilán, ahora Sri Lanka.
- Las Américas, con enormes
colecciones de Chile, Argentina, Venezuela y Perú, así como de México,
Guatemala, país en el que creció mi padre, y Estados Unidos.
- Y finalmente, la colección del Vaticano, que
creció como espuma y se llenó del arte y buen gusto de sus estampillas.
Mi afición por los idiomas ha crecido,
el número de idiomas que he estudiado crece cada año, el número de aquellos en
los que puedo leer ya pasa de treinta y los que puedo hablar aumenta cada año.
Y todo empezó… ¡con una estampilla!
Aparte del enorme placer de una
colección, la filatelia tiene sobre otras colecciones grandes ventajas: las
estampillas son ventanas a las culturas de otros países, a sus obras de
expresión artística, a sus personajes y hechos históricos y, por fortuna para
los aficionados como yo, a sus sistemas de escritura e idiomas.
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